Somos un número

martes, 27 de marzo de 2012

El día que callaron al tango





Menos conocido como Humberto Castagna, de su vida se habla sólo de mujeres, noches, excesos y más mujeres. Pero nadie sabe que una vez, una vez una mujer lo silenció.

Si ud cree que aquí va a leer una historia donde muere un cantante popular argentino está equivocado. Porque el tango nunca va a morir, pero si lo pueden hacer callar. Aunque sea por un ratito.

Era sábado, si no lo recuerdo mal. Era de noche y volvía de un partido de futbol, en donde el diablo de Avellaneda -misteriosamente- había ganado. Ya podía intuir una noche diferente.

Nadie en casa, prendo el minicomponente y busco uno de mis cassette favorito que había rebobinado a la siesta, con una lapicera Tintenkuli. Poné play.

Cacho, Cacho de Buenos Aires, sonaba. Cada tema me pegaba más adentro y por arte de magia el volumen iba en aumento y haciendo que el tango esté vivo. Parecía San Telmo.

Fueron pasando sus canciones, Lado B también. Un buen plato de pastas acompañaba a una tímida, pero no pequeña, cerveza. Así fui atravesando su recital.

Plato vacío, cerveza casi. Y de pronto lo inesperado, por la ventana, intuyo que fue la vecina del tercero A: “podes bajar la música por favor…” Accedí a su grito (utilizo la horrible palabra que no debería figurar en ningún diccionario) mermé la música.

Cacho estaba cantando en voz baja, la cerveza -ya vacía- me miraba y no entendía. Había dado el vaso, digo el brazo a torcer. Ojalá que no puedas.

Y los vecinos son así. Uno no puede escuchar a un buen tanguero un sábado por la madrugada del domingo, por que se quejan. Pero tenía razón. Y como dice el cantante “al tango no se lo canta, se lo dice…”.

jueves, 1 de marzo de 2012

“Casi que me muero”

Podría ser el título de la nota y vendería con pico de rating incluido, pero no. 


El (no) tan famoso periodista y comunicador Alvaro Padilla estuvo internado de urgencia en un hospital de Capital Federal y aquí va toda la verdad. Único medio que accedió a sus palabras.


Esa mañana no fue como las demás, un leve dolor de espalda y de estómago lo recibieron al abrir los ojos: “una mala noche o quizás fue la pizza y la cerveza extra”. Estas dolencias no detuvieron su jornada diaria, y como todos los días se fue a buscar trabajo. No buscaban gerente, seguro la próxima.

Durante el transcurso de las horas lo leve se transformó en insoportable  y “casi que la noche me sorprende” aclara el susodicho, y fue en busca de un buen remedio casero para los dolores estomacales. Un shot de fernet del bueno, no vamos a dar publicidad gratuita, que no fue suficiente.

Y nada, el dolor persistía y -esa altura- se transformó en gemidos. Le dolía en serio parece la barriga. Su fiel amigo Juan lo llevó al hospital Durand a que alguien pueda callar esos lamentos de agonía. Y no había otra.

Para los médicos la suerte es amiga de la acción y a operar se dijo. Sin dudar mucho y tras un papeleo de obra social y no obra social, el tipo entró a la sala de las cuales algunos se cuelgan y no pueden volver. Y cuchillo noma`. Chau hígado.

“En el quirófano me di cuenta de tanto…” asegura el en ese momento paciente, mientras exhibe su cicatriz que a nadie le interesa. Una para contarles a sus hijos, exagerando, claro.

Si el hígado producía una peritonitis esto lo hubiera marginado de las calles por un buen tiempo, pero todo salió a pedido de los manuales de medicina. Hasta la recuperación.

Un sólo día de internación con visitas de amigos, ángeles guardianes y papagayos traviesos hicieron dar la orden de evolución favorable, alta y a la casa. Pero no fue así…


La llegada pronta y preocupada de sus padres hicieron su post operatorio más ameno, y la estadía en casa se mudo a un hotel con todos los chiches. Mimos de papá y mamá, desayuno en la cama y comidas en restaurantes. ¿No será mucho?

“Un par de horas más y casi que me muero, sólo me queda agradecer a mis amigos, médicos y mi familia incondicional”. Si se moría el protagonista, seguro que vendía la nota, pero bueno dicen que yerba mala…