Somos un número

lunes, 21 de diciembre de 2015

Volverte a ver

¿Dónde vive la Virgen ataja penales? Obra del escultor alemán Ludwig Schumacher. Foto: La Gaceta.

Es sobre vos, que te extraño, por eso empecé a escribir. Te.


Extrañamos porque nos creemos dueños y ante la falta de ese poder se crea el sentimiento. Extrañamos porque fue nuestra y no la tenemos. Esa ausencia nos deja un vacío que genera al monstruo de la incertidumbre, somos desplazados del salón de espera del confort y arrojados a la cruel realidad.

Extrañar es una consecuencia y lamentablemente (ya es tarde) nos damos cuenta después. Extrañar es necesitar y esto lo hace un acto puramente egoísta, nadie sabe realmente lo que siente “el otro” cuando extraña, además no se puede medir la acción de extrañar. Te extraño un 30%, ¡ah, no! yo quería que me extrañes arriba del 79%, como pactamos en las últimas paritarias.

Aparece un recuerdo por tu cabeza en un contexto, quizás, inesperado o algo inesperado, quizás, activa ese recuerdo. El tiempo hace estragos y mientras más comunicados estamos por la vida 2.0, más lejanos nos encontramos.  ¿Y si extrañamos en silencio? No lo publicamos en ninguna red social, ni se lo comentamos a nuestra pareja o amigos. Extrañamos el silencio.

Pienso en el día que te conocí, allá en el maldito tiempo. Con la excusa del carnaval volví a verte, y logré acercarme más. Para la gente de la ciudad, como yo, esas fechas son vacaciones, para vos es algo sagrado. Pienso en esos días de calor, y qué calor que hacía ¿no? Siempre el sol arriba en el cielo, 360 días al año. Yo solo buscaba verte, que importaba el clima.

Extrañar está vinculado con el pasado. Ahora somos extraños, porque en realidad no extrañamos lo otro, nos extrañamos a nosotros mismos como éramos allá en el maldito tiempo. Y de tanto extrañar se gasta el recuerdo, se vuelve confuso.

Una vez, me acuerdo, conseguí un trabajo muy cerca de tu casa, era perfecto, no sabía cuántos días me tocaban, pero los iba a provechar al máximo. Mis compañeros no se imaginaban lo nuestro, ni se los conté tampoco. Disfruté mucho ese pequeño tiempo porque te pude tener muy cerca y recorrerte entera.

¿Extrañar es un acto que lleva a una acción? Por ejemplo, a una movilización del cuerpo hacia un objeto. Extraño comer un postre de chocolinas: el hombre corre hacia la casa de su ex novia para comer un rico postre, que ella preparaba cuando estaban juntos. Comen. El hombre se retira.

Un día se acabaron las razones y me fui a verte solo. Nadie me creía que podía llegar a hacerlo. A los de la ciudad nos parece una gran aventura este tipo de travesías. Y eso es porque la razón no entiende de sentimientos, lo leí en un chicle Bazooka. Y no lo entendí.

Nunca te conté, aprovecho estas inoportunas líneas para hacerlo, pero ese viaje que hice solitario a verte yo estaba, como decírtelo, yo tenía una novia. No voy a perder el tiempo aclarando la situación, ni me conviene tampoco, pero no pienses mal de ella, nunca lo supo.

Tu piel árida, seca y dorada, todo por el sol, que así como nos ilumina nos lastima un poco, pero lo necesitamos. Caminar juntos, vos amable con el saludo y la sonrisa a todos. Yo guardándome las ganas de hacerte alguna que otra escena de celos, no te diste cuenta de eso tampoco, creo.

Hoy, a la distancia, cuando alguien me habla de vos y veo como se ilumina el rostro de esa persona, sé que vos también fuiste suya. No hay dudas, aunque me lo nieguen. Siempre supe que tenías mucho amor para dar, ¿quién soy yo para hablar de exclusividad?

No me puedo olvidar de una vez que fui a tu lugar con un gran amigo, no te avisé que había llegado, armamos una carpa, salimos esa noche y regresamos con uno o dos tragos extras. No sé cómo nos encontraste y despertaste muy temprano por la mañana, que atenta, la temperatura no bajaba de 40 grados: abriste la carpa y nos diste el buen día. Cuánta resaca.

La última vez que te vi fue para un evento solidario, por el día del niño, estabas más linda que nunca. Esa tarde, mientras veía a todos los niños felices recibiendo sus regalos, me emocioné demasiado y vos te burlaste de un par de lágrimas. Sé que lo siguen haciendo a ese evento todos los años, te disfrutan otros.

Ganas o ausencia. Necesidad, falta, vacío, tiempo, lejanía. Cuando nos querernos acercar a la palabra extrañar, nada positivo resulta del primer recuerdo. En un segundo escalón podemos decir que al final de todo extrañamos lo cotidiano, y hasta un poco la rutina. Y si subimos un tercer peldaño hablamos de que ya elegimos extrañar, alejarnos de todo para crecer, como dicen los manuales del vivir.

No puedo dejar todo e ir a verte, no quiero y no me animo. Vos no podés alejarte de tu lugar, porque tu lugar sos vos. La ciudad puede resultar un pecado para todos. Tan caliente de día y tan fría de noche, hoy te extrañé más que nunca y sin razón alguna, pero con todas al mismo tiempo. Espero volverte a ver, Amaicha.

Cuando firmé contrato con la selección de Amaicha.

martes, 1 de septiembre de 2015

Te prometo una cita ideal

Esta foto no tiene relación con lo que sigue, únicamente el autor busca llamar la atención con el mejor futbolista Argentino. 


Corría el año 1890 en aquella fría, gris y desalmada Londres. Burocrática, aterradora, sangrienta, monstruosa y enfermiza. La única luz que mantenía viva la esperanza de esta ciudad se encontraba en el corazón de una señorita, su nombre era Nativity.
El amor se movía en una ida y vuelta de cartas que mantenía ella, desde varios meses atrás, con un joven muchacho campesino, que vivía en un pueblo ganadero a más de 300 kilómetros de la capital.
Robert Ryan a pesar de ser un trabajador de la tierra, sabía leer y escribir, algo muy difícil por el alto grado de analfabetismo que existía en la época. Esta enseñanza fue recibida a través de su madre, una reconocida maestra que dejó el prestigio de la gran ciudad para mudarse a Bradford y vivir del y para el campo. Fue por su hijo, en realidad, como madre soltera no tenía futuro en ninguna parte, pero esa es otra historia.
Ellos eran un mar de letras pues no se conocían, pero en cada carta que se enviaban imaginaban su primer encuentro. No sabían cuándo, pero siempre lo soñaban y lo describían con mucha pasión. Cada 21 días llegaban las cartas, cada 21 días se leían y estallaban de amor. Militaban la esperanza de Londres.

Claro, toda esa magia ya está muerta. Hoy para tener una cita con alguien se arregla todo a través de un álbum de figuritas llamado Tinder, el mismo cuenta con un botón para decir quién te gusta y quién no. Si hay coincidencia, se tienen que dar. Very easy.
No hay que esperar 21 días. Con que ambas personas digan que sí al botón verde de la aplicación ya comienza el match y dependerá de las dos partes que el resultado sea fructífero. Y a la brevedad.
Rápidamente comencé a charlar con Amalia, así la vamos a llamar. Como si nos conociéramos de cartas antiguas, y de varios años, entramos en confianza y a platicar diariamente. No apresuramos el encuentro, pero veíamos el camino hacia él. Era inminente, las charlas amistosas necesitaban ese choque para delimitar y encasillar la amistad o quién sabe si algo más.

Los carruajes (imaginen la pronunciación de esta palabra en tucumano básico) tirados por caballos eran conducidos por el cochero, una persona del círculo íntimo de la familia y en la cual el padre de la dama depositaba toda su confianza.

Estos conductores designados formaban parte de las citas amorosas en esta antigua Gran Bretaña, era inalcanzable negociar su ausencia. Los lugares más concurridos eran los parques, jardines botánicos o invernaderos, en caso de que la relación este más avanzada, la salida podía ser nocturna y casi siempre a ver alguna muestra de magos o científicos que adelantaban el futuro.

Hoy no la pasás a buscar por su casa, se viaja en bondi, se ven. Hablan un poco, la música fuerte del lugar ayuda a esto, toman unas cervezas y si está "OK": directo al departamento. En el camino, ni la mano. Si la ansiedad consume un poco, el varón puede hacer el acto heroico de adelantar el tiempo pagando el taxi hasta el terreno elegido.


Hasta el bar y la cerveza. Sí, hasta el bar y la cerveza, hasta ahí puedo contar que me representa un poco la historia de nuestros tiempos modernos. Pero ojo, esa noche hablamos un montón. Y eso que
teníamos un partido de fútbol muy importante en la tele y buena ubicación para verlo.
Nos sentimos bien, cómodos, pero salimos del bar y comenzamos a caminar rumbo a su casa. Yo no tenía intenciones, todavía, de ir más allá, y ella no ponía de su parte para que esto suceda. Pero es capital, puede ocurrir cualquier cosa. La charla continuó perfecta hasta el hall de entrada de su edificio -momento incómodo- cuando no está definido el seguir, ni el precio del peaje.

No iba a esperar otra posibilidad, el caballero Robert Ryan subió al carruaje, tomó la mano de Nativity y aprovecharon para escapar cuando el chofer, que al mismo tiempo jugaba a ser el mayordomo de la joven, se distrajo mirando a un vagabundo que bailaba una danza extraña por centavos.
Subieron por un camino largo y empinado que los conducía al parque, un sitio oscuro y desolado. Allí podían desarmar sus ganas.


Estábamos en… ah, llegamos a la entrada del edificio: bueno, nos vemos, chau. No la besé, ¿se entiende? Si esperaban llegar a esta parte y que les cuente lo apasionado del beso o leer si le pedía un vaso con agua para lograr subir a su departamento, no lo hice. Me fui.

Cuando llegué a la esquina, vi en mi celular un mensaje de texto, que no terminé de leer por completo, pero decía algo sobre un beso merecido. Volví corriendo.
Ella estaba abajo, ahí, esperando lo que no había sucedido antes y dándole una oportunidad al hombre sobre las aplicaciones, la batalla final.

"Tendrán que disculpar a mi amigo, es un poco lento”. El diálogo célebre de mi película favorita me retumbaba y atormentaba el oído, mientras, agitado por la cuadra corrida, le sonreía y la tenía al frente. Luces, cámara, primer plano a los rostros, se acercan. Se siente la respiración de dos cuerpos que -ahora sí- tienen decidido besarse. Lo hacen, labios por aquí, lengua por allá, dos sopapas se unen en el tiempo, en el coqueto barrio de Balvanera. El cantar del motor de un colectivo desafinado decora la escena novelesca. De pronto se separan, así ha finalizado el primero y el más difícil de los besos.

Todavía chapo con los ojos cerrados y las piernas chuecas (se ríen mis amigos de la infancia) con el estilo de una publicidad de cerveza en el verano. Los abrí y la miré esperando que cualquier tontera ocurra y salve esa situación rosa, ella mantenía los ojos cerrados. Tampoco estamos leyendo a un besador de película de Hollywood.
Cuando pasaron unos segundos su tono de piel se estaba tornando de un color blanco como una hoja A4 y comenzó a desplomarse: SE DESMAYÓ LA MINA. Entonces, entrada de edificio, chau, me escribe, vuelvo corriendo, nos besamos, se desmaya.


“Cuando quiero correr (solo quiero correr) la tierra se abre ante mis pies ¡Tragame tierra! ¡Tragame tierra!”. Fácil Gustavo, vos siempre estuviste más allá del bien y del mal. Pocos momentos en mi vida deseaba desaparecer para siempre, ser invisible, que pase Gokú con su nube voladora, teletransportarme. Cualquier cosa menos estar viviendo eso.
Una chica que veía por primera vez, que salimos por conocernos gracias a una aplicación se desmayaba después de un beso. Siempre estaba la posibilidad de salir corriendo.


Pero que iba a pensar aquel caballero que estaba con su amada arriesgando su vida, escapando en un carruaje ajeno, todo por amor, ¡qué me importaba! Yo salía corriendo, me tomaba un taxi en la esquina y no nos veíamos más.
No lo hice, che. Tan hijo de puta no soy. Me quedé tratando de sostenerla y reanimarla, sabía que un beso había causado eso, pero también sabía que otro beso no lo iba a remediar.
Primeros auxilios, zamarreadas, tirarle agua, lo aprendido en la televisión se cruzaba por mi cabeza, salir corriendo también. Che, que no lo hice. Mirá si justo pasaba un policía, muy extraño: aplicación, bar, cerveza, beso, desmayo. ¡Guardias! Y me comía varios años adentro.
Amalia, Amalia, Amalia, antes que repita por cuarta vez su nombre abrió los ojos. Retomó un poco de color y se reincorporó como si nada hubiera pasado. Qué maldita suerte la mía. Y solita se paró y me dijo, “¿qué pasó? ¿Todo bien?”
Sí, te desmayaste después que nos besamos, todo bien. Casi voy preso si salía corriendo y me veían esos dos policías, pero me quedé. Todo bien. No te hagas problema.
No hizo ni el intento de preguntarme si quería subir a tomar agua. Muertos de vergüenza nos despedimos sabiendo que esa iba a ser la primera y última cita. Cita y desmayo.


Robert Ryan, en medio del parque detuvo con fuerza al animal que encabezaba el carruaje y besó a su princesa, ese beso tan esperado por la esperanza, no dudó en pasar rápidamente a su cuello y comenzar a recorrerlo, quería sentirla, sus colmillos aún más, habían esperado tanto… en ese momento llegó el mayordomo Joseph Faint y no hizo falta pasar a amenazas o a algún intento de pelea, la verdad gozaba de la luz en aquella fría y gris noche de Londres. El joven salió corriendo y se perdió en la oscuridad del lugar. Nunca más volverían a verse.


Meses después me escribió Amalia para contarme que le pasó nuevamente: la besaron y se desmayó. Dejé de ser el único, el único caballero.


miércoles, 10 de junio de 2015

A lo cubano


Pasen y lean.

Es trascendental saber que para abrir las puertas de este hermoso país hay que hacer lo contrario a lo que uno está acostumbrado. Imaginen estar parados frente a la entrada de casa, con la llave en nuestra mano izquierda o derecha (dependiendo el pensamiento), el siguiente acto sería introducir el metal en la cerradura y girarla, justo en ese juego de muñeca no le hagan caso a su cabeza y giren su mano para el otro lado. El lado cubano.

“Sobre el mapa de este mundo 
Y desde lo profundo de mi corazón siento nostalgia, 
Una extraña sensación como añoranza 
De esta distancia 
Que se interpone. 
Que regresaré bien se supone 
Y eso me pone el hombre más feliz por un segundo”.

“Hemos fracasado los dos. Cuando nos quitemos las caretas, seremos enemigos frente a frente” El Che Guevara.
Lo primero que hay que sacar es el pasaje, luego los prejuicios. Una vez realizada la tarea asignada podemos comenzar… ¿muy difícil dejar a un lado esa mochila pesada y llena de prejuicios, verdad?
Todo lo aprendido durante nuestra enseñanza primaria y secundaria correrla hacia un costado de nuestros pensamientos. Aquél tío, fanático del vino, que nos contaba sus teorías incomprobables de conspiraciones intergalácticas, llevarlas al tacho de la basura. Y taparse los oídos al que nos cuente su experiencia espectacular arriba de un all inclusive.
Cada uno tiene que tratar de formar su propia opinión escuchando, leyendo, sintiendo, pero sobre todo caminando por donde se visita. Teniendo en cuenta que esa opinión está determinada por un contexto actual y una historia, que en algunos casos, está muy latente. Uno es visitante, está en un ambiente ajeno y turisteando (próxima palabra aprobada por la RAE.ES).
El amor después del amor, después del amor, que tienen por Lío Messi.
Como si fuera un jugador de fútbol profesional salí del largo túnel que conecta los vestuarios del estadio al verde césped, aquí, al terminar el recorrido, me encontraría con el aeropuerto Internacional “José Martí” de La Habana. Como todo aeropuerto el comienzo y final de todo sueño.
No aguanté la tentación y tomé un trago de prejuicios. Pensé automáticamente que al pisar terreno comunista iban a llover ofrecimientos de taxi, alojamiento, habanos, rones y excursiones. Mi barba iba a crecer como la del Náufrago y quizás firmar autógrafos y hasta algunas fotos.
La escena hollywoodense de mi cabeza era desestimada por la normalidad de cualquier aeropuerto: carteles con nombres extraños (que pasan desapercibidos) y gente que ofrecía taxis y autos de alquiler.

Joya, nunca.
El cubano hace mucha diferencia económica trabajando con turistas, sabiendo esto y para no llegar a molestarme, opté por un “no” firme, ante una tentativa de venta, que me sirvió para toda la estadía. Así nunca me sentí invadido o con la obligación de tener que comprar algo.

Podía empezar por contarles que lo que más me llamó la atención, al aterrizar en La Habana, fueron las medias negras de encaje que forman parte del uniforme de las autoridades femeninas de seguridad del aeropuerto. Dignas de cualquier obra de Botero y parte de una bienvenida muy calurosa.
Esa misma tarde jugaban Barcelona y Real Madrid, con todo un pueblo paralizado en la espera de que dos jugadores, uno de ellos argentino, hagan que sus corazones estallen de emoción. Bueno, no sé si para tanto, pero en los días posteriores al partido entendería la pasión que tienen por este deporte: no había otro tema de conversación en las calles, no se hablaba de otra cosa.
El paseo desde el aeropuerto hasta donde me alojaba, luego de reiterados intentos fallidos por regatear el taxi, fue en cámara lenta. Las calles, los autos, las viviendas, las personas, los semáforos, los perros, los árboles, todos los cuadros por segundos circulaban por mis ojos y mi cerebro en un tiempo Riquelmista. No, no había fumado nada.
El callejón de Hamel - La Habana.
En Cuba siempre es hoy. No se piensa en el mañana, lo importante es el día de hoy que hay que resolverlo y de la mejor manera posible. Teniendo en cuenta que temas como salud, educación, seguridad y alimentación están bastante desarrollados y no son una problemática cotidiana quizás es un poco más fácil vivir en esta isla sin progresos… ¿verdad?
Los amigos de UNICEF nos avisan que Cuba es el único país sin desnutrición infantil de américa latina y de centro américa. Sin desnutrición infantil, tres palabras. Saliendo de las zonas turísticas y caminando por la capital pude sentir que la comida no falta, seguramente no sobra. Muy difícil o casi imposible es que vean a niños pidiendo por las calles y menos que menos que encuentren a un menor trabajando.
Hasta el 2010 Cuba era el lugar en el mundo con mayor tasa de matrículas universitarias (el periodista no encontró datos más actuales) según la UNESCO, lo que nos habla del alto nivel de educación y cultural de sus habitantes. Con este dato podemos crear un hermoso debate sobre las personas que terminan una carrera y se dedican al turismo para ganar más dinero, por ejemplo, pero no me hablen de esperanzas vagas que yo estudié comunicación y tengo un trabajo administrativo. Para ganar más dinero.
Camino desde Trinidad a playa Ancón (12 km). En bici, salí tercero en la carrera.
Recorrí ciudades de toda de América del sur. Esa maldita sensación de inseguridad siempre la pude encontrar en algún momento de todos esos viajes, ya sea por algo real que este sucediendo, por algo que podría llegar a suceder asociando contextos y lugares comunes o simplemente por opiniones de gente del lugar. Aquí todo esto no existe.
No hay inseguridad, por lo menos es lo que puedo transmitir en la época que estuve: caminé y me metí por zonas en las que los turistas no transitan, caminé y me metí por zonas en las que los cubanos no transitan, caminé y me perdí muchas veces. Era común recibir miradas curiosas y gente que se acercaba a charlar, ofrecerte habanos o preguntarte de que dónde era.
Escritor, periodista. Se divorció varias veces y con problemas de bebida.
Una noche buscando el regreso a home, luego de una histórica degustación de ron, un señor me preguntó por las zapatillas que tenía puesta, me dijo que eran la última moda y nos quedamos hablando por un rato. No hubo miedo, ni intención de querer pedirme algo, era solo la curiosidad y las ganas de compartir una conversación. No me pidió ni el número de teléfono.
Forma parte del ADN cubano generar mucha confianza y seguridad. Lo que hay que tener en cuenta y ser pícaros cuando este tiene alguna intención de ofrecerte algo (en la mayoría de los casos habanos) pero si está claro que no se trata de una transacción, se puede recibir mucha ayuda.
Pescado, birra y béisbol.
Puedo dar fe que en Cuba yo vi a la felicidad. Imaginen a una señora bien culona, con una remera de estampados fucsia llena de flores, color de piel café con leche con tres medialunas, dos bolsas en una mano y una cartera del año del jopo en la otra. Un poco de transpiración en su rostro y una gran apertura en su boca con una sonrisa de oreja a oreja que nos deja ver, además de todos los dientes y encías incluidas, la felicidad de vivir solo el momento.
 “La historia me absolverá” Fidel Castro.
Parando un poco la oreja y caminando por las calles te das cuenta que el cubano, en su arte por conversar, te envuelve con sus cuentos, sabe de la realidad del mundo, y especialmente sobre la latina. Así tuve la suerte de conocer muchas historias y que esas historias me conozcan a mí.
“Sin casa propia, un hombre no existe”, ese cross a la mandíbula me tiraba un ex boxeador -su nariz lo delataba- mientras escuchábamos a un grupo que interpretaba canciones clásicas de salsa en el patio interior del Hotel Nacional. Este nuevo amigo y su prima a los diez minutos de charla ya me invitaban a comer y a conocer a su familia. Este muchacho dejó el deporte de golpes para dedicarse a ser Chef, el cuadrilátero por la cacerola.
 “Nada legal me ata a Cuba, sólo lazos de otra clase que no se pueden romper como los nombramientos”. Carta de despedida del Che.
Lo que aprendí con todos los viajes que tengo guardados en mi mochila es a decidir rápidamente con que persona quiero continuar o no el rumbo. “No hay más para ver en Cuba: es todo ruina” me decía un displicente compañero en una excursión hacia el valle de Viñales ubicado en la provincia de Pinar del Río.
Algo de razón tenía el centroamericano, hay muchos edificios que están en ruina, otros en un largo y lento proceso de restauración. Yo lo viví a todo como un gran museo. No solo las estructuras y construcciones quedadas en el tiempo, también lo llamativo está en los autos que son reliquias andantes salidas de una película de los años 50. Los de mejor estado se usan para paseos turísticos y los más decadentes se usan como taxis compartidos.

“Culpa tuya se instauró el comunismo” me acusaba, al escuchar mi acento argentino, un cubano que vivía en EEUU y venía de vacaciones a conocer su propio lugar de nacimiento. Solo pude contestar con una gran sonrisa, no estaba en condiciones de tener un debate sin conocer un poco de su vida y el tiempo jugaba a ser mi enemigo.
O mi cara.
La alternativa al hotel es buscar una casa particular para alojarse. Repartidas en puntos estratégicos y muy bien identificadas por un cartel en su entrada. Como medida para incentivar un turismo más económico y salida laboral para el cubano, cada familia puede, cumpliendo ciertos requisitos en su hogar y aportando lo correspondiente al estado, tener una habitación en la cual hospedar a un turista y sacar un buen rédito económico.
Con un precio estándar en todas las ciudades que recorrí, la mejor forma de conocer Cuba es dormir en estas casas. Tuve la suerte de conocer varias familias y ser un integrante más por varios días, en especial en La Habana donde el cariño, la amabilidad y el cuidado que recibí fueron realmente increíble. Hasta se preocupaban si conseguía novia o por mi paradero si me demoraba en regresar al departamento.
Mi selfie con José Martí.
Diferente a otros países, y al nuestro en especial, no vi afiches o carteles pegados en las paredes de las ciudades con propagandas políticas. Si pintadas en muchísimas paredes con frases o los rostros conocidos de Fidel, El Che y Camilo Cienfuegos. A no olvidarse de José Martí, que fue para ellos el emblema más grande de todos. Monumentos de estos próceres cubren espacios públicos en cada rincón de la nación.
Tan colonial como turística: Trinidad.
Ir caminando por cualquier calle, de cualquier ciudad, de cualquier tierra y chocar con cualquier persona por estar prestando atención al teléfono móvil, y no al mundo exterior, es una situación muy frecuente y cotidiana.
Si bien en Cuba los celulares todavía no forman parte del cuerpo, como una extensión más del brazo, se puede ver en todas las veredas distintos conjuntos de personas agrupadas: intercambiando opiniones, discutiendo, elevando el tono de voz, riendo, haciendo distintas caras o emoticones y expresando sus sentimientos públicamente. Nunca había visto tantos y diversos grupos de whatsApp en carne viva.
Rey de la salsa. Boloñesa.
No buscar internet durante todo el viaje fue una decisión personal y que el contexto cubano ayudó. Si bien existen los cybers y en algunos sitios hay wi fi, determiné que no iba a ser necesaria la comunicación virtual con el universo superficial (?). Con algún que otro mensaje de texto a mi familia era suficiente para dar señales de vida en esta parte del continente.
Al principio fue extraño no tener un celular con quien conversar, volver a ser un ser social no es algo que me cueste demasiado, pero uno necesita un empujón de esos que la soledad nos regala para integrarse rápidamente a la sociedad. El teléfono se transformó en un despertador común  y corriente. Pasé la barrera de los doce días sin internet, quizás entré al libro Guinness.
Yo fui a las playas de Varaderos. Es remera.
Otro patria donde no encuentro a la mujer de mi vida, aunque me llamó la atención cruzarme con un par de mujeres con sombras poderosas de bigotes a lo Frida Kahlo, que puede ser una moda muy particular que corre el riesgo de viralizarse por todo Latinoamérica. Por momentos sentí que volvía al pasado y estaba en un banco de mi colegio primario y esos bigotes eran de mis compañeras de clase. Que les mando un beso grande.
El tabaco se vende en un 90% al estado y el resto queda al propietario para vender de manera particular.
Algunos se quedarán con la imagen de un país quedado en el tiempo y sin progresos, donde todos ganan el mismo sueldo y el pueblo no se puede comprar un par zapatillas Nike. Y menos tener un celular con acceso a internet ni redes sociales. Yo me quedo con la felicidad cubana, la pizza callejera más rica y barata del mundo, el valor de la palabra, la confianza ciega y la amabilidad de todos. Un lugar donde la seguridad, la educación y la salud son pilares antes que nada.
Cada viaje nos regala una opinión según la experiencia que vivamos, mientras más lejano estemos del hotel cinco estrellas all inclusive, más cercana a la realidad vamos a estar. Y de eso se trata viajar, conocer otras escenarios, poder disfrutarlos, llegar a mimetizarse con ese contexto y tocar el cielo con las manos cuando te confunden con alguien del lugar: “¿Amigo tu eres cubano?”.
“La libertad cuesta muy cara, y es necesario, o resignarse a vivir sin ella, o decidirse a comprarla por su precio”. José Martí.
Las realidades pueden cambiar y el ojo con las que la vemos también, durante mi viaje llegó el primer avión directo desde Nueva York con destino La Habana, estos primeros acercamientos quizás pueden cambiar un poco el futuro de la isla. Lo que nunca va a cambiar va a ser su pasado.
Con toda seguridad y aunque no sean compartidas las ideologías, los métodos, el accionar o lo que fuese, si no se hubiera producido la revolución cubana, hoy este país se encontraría monopolizado totalmente por Estados Unidos. Gracias a esos revolucionarios que lucharon por romper con el imperialismo que se venía gestando y que lo lograron hacer a tiempo.

Tan presente está la historia en el pueblo cubano que el tiempo cobra otra dimensión, el tiempo no corre aquí, porque siempre es hoy.
Pedro, ex combatiente de la revolución.










































martes, 27 de enero de 2015

No puedo, tengo novia

Esta foto es para llamar su atención, nada tiene que ver con la nota.

Quizás una parte de mi inconsciente la intentó borrar para siempre. Pasaron largos y hartos años, pero una noche la recordé.
Aunque más importante que el proceso mental de seleccionar cierta información del pasado y componerla en una persona y traerla al presente; mucho más importante que eso, es el vínculo que uno tuvo con tal persona. Y yo tenía una novia, aunque en realidad tengo una novia. Nunca terminamos.
No hubo un chau, ni un hasta luego. Un después nos vemos, un "veme" el lunes, un te deseo lo mejor, un sé feliz. Un mis papas no me dejan, no hubo una arrinconada contra la pared de despedida, ni nada parecido. Ni siquiera hubo un último beso.
Nunca nos besamos. Éramos muy chicos o yo muy lento, esa última opción la más probable. Voy a intentar darle algo de forma y coherencia a este relato: corría el año 1998, el mundial de fútbol de Francia, la mentira de Carlos Saúl Menem (al leer ese nombre se recomienda al lector o lectora tocarse alguna parte íntima de su cuerpo) entre otras cosas que pasaban por aquel tiempo.
Había vivido algo así como doce aniversarios de mi nacimiento, estaba cursando el séptimo grado y lo que se acostumbraba, en ese momento, era realizar un viaje de egresados del colegio primario. El destino que estaba de moda era Mendoza, con la bandera de ser la provincia más limpia de la Argentina. No era muy difícil ganarle a Tucumán, en esa competencia.
Sí, las calles eran limpias, pero me encargué de sacarle fotos a todos los objetos de plásticos y papeles tirados por el suelo para así demostrarle a mi profesora que su teoría no era verdadera. Tenía una cámara de fotos a rollo y RECICLABLE. Bueno, pero eso no era lo importante, tenía que contarles como la conocí a ella.
Me sacaba de altura más de dos cabezas (no se imaginen un monstruo), su moldeada figura no respetaba su edad o su edad no respetaba su moldeada figura. Evidentemente le quedaba muy chico un contexto lleno de niños que estaban dejando de jugar a las muñecas. Ella era una mujer a la vista de todos. Y especialmente a mis ojos.
No sé qué le habrá llamado la atención de mí. Quizás fue mi corte de pelo como Carlitos Balá o mi corte de pelo como Carlitos Balá. Cualquiera de esas dos razones puede ser la que haya determinado su elección por sobre toda una manada de babosos que solo querían verla caminar. Y estar atentos al movimiento pendular de su delantera.
“La isla del Sol”, tan tanan tan tanan tan tanan tan tanan tan, esa canción que hizo conocida el grupo musical El Símbolo sonaba de fondo cuando le pedí a ella si quería bailar conmigo. Y aceptó, y bailamos, y mi cabellera se movió para todos lados. Y ahora a más de uno le dio ganas de escuchar ese tremendo hit. Y.


Por razones de seguridad no voy a decir el nombre de la protagonista de esta historia, pero lo vamos a simular como Andrea ¿Ya les conté que ni un beso le di a la señorita Andrea, verdad? La raíz de todas estas palabras es que en ese viaje, en aquella provincia, y sin muchas razones encontradas, ella y yo nos pusimos de novios.
El amor en tiempos de egresados. Al regresar a Tucumán, nunca más nos vimos. Menos nos hablamos, no es que nos tomamos una pausa para pensar bien como seguirían nuestras agobiadas vidas cuando finalice el cursado y pasemos al aterrador secundario. No había whatsApp.
Hoy, esto sería normal. Se entiende que si alguien no te busca más es porque se terminó todo la relación, no hay mucho más que hablar, pero yo les hablo de un viaje en 1998. Un peso es igual a un dólar, desde aquel momento donde existía esa burla les estoy escribiendo.
Una noche no podía dormirme, volvimos al presente 2015, no hace muchos días. Esta vez en mi cabeza no pasaba la repetición de Gonzalo Higuaín pateando un naranjazo frente a Alemania. Apareció ella, oh que bella, mágica arriba de una estrella, sube y baja, se estrella y vuelve. Me salió un reggaetón. 
Prosigo, no podía dormir y la pensé, mas no a ella, me refiero a la relación que nunca fue finalizada.
Y el fin de esta nota todavía no llega, si nunca cortamos esto quiere decir que le fui infiel (¿y ella?), tampoco hay una lista demasiado larga. Pero le mentí a mi familia, a mis amigos, a todo el mundo, incluso a mí. Tantos días de los enamorados sin regalos, sin festejos de mes, sin salidas por un año nuevo juntos. Me ahorré muchísimo dinero, pero con una mentira. Y bue.
Le mentí al Facebook. Ojo, no busco a esta altura del partido cerrar ese círculo, ni nada por el estilo, solo que quizás hoy mi inconsciente me dejó ver ese recuerdo, me trajo un poco de culpa, que quiero que sea compartida para poder hacer una catarsis gratuita y exitosa.
¿Y si nada de esto es cierto? tal vez mi mente eliminó la ruptura, bloqueó ese momento en que ella me dejaba, se deshacía de mi persona, allá en aquella no tan limpia Mendoza. Sucia seguro está mi conciencia, confundiendo recuerdos y olvidando partes del pasado, todo por conveniencia del presente y sin pensar en el mañana.
Esa chica de pechos turgentes que me llevaba dos cabezas: ¡Ay Andrea!