Está dicho y escrito que en Buenos Aires hay gente para
todo: incluso para pegar papelitos.
La técnica que usa el pegador es similar a la de un
boxeador que está por rematar a su adversario. En este caso, su contrincante
son los palos de luz, color verde, ubicados en la ver(d)eda. Rápidamente estos
son mojados por la plasticola, más conocida por todos, y se adhiere una seguidilla
de siete u ocho panfletos, depende el caso, en la posición que más vende en el
momento: de coté.
Apenas sus dedos mágicos finalizan con una víctima se
busca la próxima, esta vez puede ser una cabina telefónica, a la que ni el
mismo Superman se animaría a ingresar a cambiarse.
El contenido de los papeles, en la mayoría de los casos,
es sexual. No hay otra vuelta. Una foto provocativa de una dama en paños
menores mostrando alguna parte de su cuerpo, que con la ayuda de algún programa
de compu se distorsiona la fotografía y la hace parecer un poco más salvaje. La
receta va acompañada de uno o dos números de teléfonos siempre.
Y si hay para pegar, existe gente que se dedica a
despegar. La antítesis, valga el caso; el bueno y el Tucumalo, el lindo y el
patito, el débil y el que va al
gym los feriados.
Estos despegadores pueden que sean gente del estado, que
cobran un plan social o particulares que cuidan la imagen, ética y el buen
vivir de su barrio. Este último grupo se toma el extremo trabajo de retirar uno
a uno los papeles y encestarlos, cual nariz de Ginobili, en los tachos de basura.
Son señoras y señores (leydes and genteman) con fecha de
nacimiento anterior a la segunda guerra mundial y con tiempo libre para poder
hacer de su hobby la destrucción de este nuevo arte. La violencia es su método
principal, con el mentón bien en lo alto.
Por otro lado están los consumidores que se enamoran del folleto
ilustrativo casi siempre marcado por una frase que levante un poco la temperatura
del usuario. Osados que no sienten vergüenza y arrancan el aviso para meterlo
rápido en sus bolsillos. Una colección de estas estampillas aguardan en casa
para poder completar, de una vez por todas, el álbum de figuritas.
Más allá del clima que se presente, siempre y cuando no llueva o no esté muy
cálido, desde el alba grande estos trabajadores marcan tarjeta, por las calles
de Buenos Aires. Tras su paso se puede apreciar su obra de arte contemporánea,
arruinando para algunos, decorando para otros, la ciudad capital de los
argentinos. Y olé.
Gracias Agus por las fotos.