Menos conocido como Humberto Castagna, de su vida se habla sólo de mujeres, noches, excesos y más mujeres. Pero nadie sabe que una vez, una vez una mujer lo silenció.
Si ud cree que aquí va a leer una historia donde muere un cantante popular argentino está equivocado. Porque el tango nunca va a morir, pero si lo pueden hacer callar. Aunque sea por un ratito.
Era sábado, si no lo recuerdo mal. Era de noche y volvía de un partido de futbol, en donde el diablo de Avellaneda -misteriosamente- había ganado. Ya podía intuir una noche diferente.
Nadie en casa, prendo el minicomponente y busco uno de mis cassette favorito que había rebobinado a la siesta, con una lapicera Tintenkuli. Poné play.
Cacho, Cacho de Buenos Aires, sonaba. Cada tema me pegaba más adentro y por arte de magia el volumen iba en aumento y haciendo que el tango esté vivo. Parecía San Telmo.
Fueron pasando sus canciones, Lado B también. Un buen plato de pastas acompañaba a una tímida, pero no pequeña, cerveza. Así fui atravesando su recital.
Plato vacío, cerveza casi. Y de pronto lo inesperado, por la ventana, intuyo que fue la vecina del tercero A: “podes bajar la música por favor…” Accedí a su grito (utilizo la horrible palabra que no debería figurar en ningún diccionario) mermé la música.
Cacho estaba cantando en voz baja, la cerveza -ya vacía- me miraba y no entendía. Había dado el vaso, digo el brazo a torcer. Ojalá que no puedas.
Y los vecinos son así. Uno no puede escuchar a un buen tanguero un sábado por la madrugada del domingo, por que se quejan. Pero tenía razón. Y como dice el cantante “al tango no se lo canta, se lo dice…”.