Hasta hace seis meses que comenzaron las amenazas. Una
llamada anónima dio la pista de largada, una voz con tonada extranjera era
contundente: “ud sabe demasiado”.
Luego fueron mensajes de texto, emails, comentarios en redes
sociales, el timbre que sonaba a deshora, y hasta en la calle sentía miradas. La paranoia
me perseguía de día y en sueños. En todas partes esas tres palabras, el mismo
contenido me abrumaba casi cotidianamente.
Comencé a averiguar qué era lo que yo sabía. Usando métodos muy básicos hasta otros más estudiados, pasé por mi familia y amigos
recorriendo todo tipo de preguntas, pero sin contar el verdadero objetivo de mi preocupación. No sabía quién o quiénes eran, qué querían, no sabía cómo actuar.
Fui hacia las personas con menos confianza o nuevas, por
llamarlo de alguna manera, y me acordé de una chica brasilera con la que había
hablado en un recital. Estos nuevos grupos de percusión aglomeran a un nicho extranjero
interesante, y yo estaba ahí.
Intentando llamar la atención de la señorita, le conté la
aventura de aquel manuscrito mojado y perdido allá en el tiempo, junto a una
teoría que explicaba que Tucumán, y quién sabe que otro lugar, pertenecían a Brasil
geográficamente, y que algo había pasado en el transcurso de la historia que
había cambiado.
Un vaso rodó por el suelo y solo vi correr a Tamara con sus
chuecas y flacas patitas, que despavorida, salía por el patio mientras los
tambores custodiaban su huida cual danza africana. No entendía nada.
Eso, y solo eso, era lo único extraño que me había pasado en
el último tiempo. Suficiente para alimentar un monstruo y una docena de
fantasmas en mi cabeza.
Relacioné todo automáticamente: Brasil, Tucumán, lo que yo
sabía y mi persecución, por supuesto. Había algún hecho que no podía saberse y
el tiempo fin para que salga a la luz ya se estaba cumpliendo. Tenía en mis
manos, o en la de algún basurero municipal, información histórica.
La investigación empezaba realmente. Invertí cientos de
horas en internet en la búsqueda de algún documento que relacione el país
vecino con nuestra provincia. Relacioné el escudo y bandera de Tucumán
alucinado un parecido con el del estado de Porto Alegre y hasta videos de Mercedes
Sosa cantando para miles de brasileros junto a los más grandes cantantes de ese
país.
Me pasaron el dato que en la oficina de turismo había una
biblioteca donde trabajaba un viejo brasilero que podía ayudarme. Armé algunas
preguntas puntuales, para no perder más tiempo, y me dirigí para el lugar. Un
oficinista con cara de oficinista me dijo que el viejo llegaba más tarde.
Di una par de vueltas por el salón principal, para hacer
tiempo, y me crucé con otra cara, poco conocida, pero bien recordada, un guiño
de ojo y el disco duro de mi cabeza me transportó a la noche de los seis
brasileros. Era el que se había retirado primero. Me temblaban las piernas.
Perseguido por esa mirada salí del lugar en busca de alguna
máscara en la que pueda refugiarme.
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