La señorita Mary no solo marcaba la recta final en el paso
hacia el secundario, ella era la señorita que todos en el colegio querían
tener. Ya desde los primeros grados llegaban los rumores que era la mejor del
mundo. Luego lo comprobaríamos.
Si te dolía la panza, podías llamar a casa para que te
busquen. Y si no habías estudiado, te daba otra oportunidad siempre. Hasta nos enseñó
las calles de San Miguel de Tucumán, cuando se enteró que no las sabíamos. Ella
quería que todos aprendieran de verdad.
Desde hace unos años que la señorita Mary ya no está.
Y esa mañana tampoco era ella, no podía serlo. Por más que
su voz y movimientos eran los mismos, su mirada era otra. Al grito de “saquen
una hoja” entró al aula. Nunca nos había gritado.
¿Quién era esa mujer que se había disfrazado de nuestra
amada señorita Mary?
Yo no tenía una hoja, ni una lapicera, y ni siquiera el uniforme
del colegio puesto. Mi barba, de una semana, tampoco se adecuaba al contexto de
mis compañeros, que ya todos -muy estudiosos- tenían listo lápiz y papel para
rendir ese dictado sorpresa:
-careta, fue la primera palabra.
-pior, continuó.
-otario.
-direto.
-havia. Así lo escribió una compañera que estaba sentada a
la par mía. La seño pasó por ahí y asentó con la mirada.
-fajuto.
-já era.
-Onibus
-ato.
-uísque. Justamente, ¡Cómo me tomaría uno!
-confito.
-livre.
-veiculos.
-proibido.
-desenvolvida.
-governador. Esa fue la última.
Me desperté muy angustiado por esa pesadelo.
Lo curioso era que, recordando el sueño, todas aquellas palabras
mal escritas en español, estaban perfectas en portugués. Y si tenemos un
conocimiento más avanzado de nuestro idioma nativo, todas forman parte del “tucumano básico”.
Sí, si abrimos campamento al glosario tucumano no había
error alguno. Todos se sacaron diez.
Menos yo.
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