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miércoles, 26 de octubre de 2011

Autopista del Sur: De Santa Marta a Bogotá






“Al principio la muchacha del Dauphine había insistido en llevar la cuenta del tiempo, aunque al ingeniero del Peugeot 404 le daba ya lo mismo. Cualquiera podía mirar su reloj pero era como si ese tiempo atado a la muñeca derecha o el bip bip de la radio midieran otra cosa…”
¡Qué falta de respeto para Julio Cortázar! ¿No? Cualquier parecido a la realidad no es pura imaginación mía.
Yo no me quería ir de Colombia y Colombia me ayudaba a quedarme -por la fuerza-. La odisea de mi viaje comienza a las 16 horas. Desde la costa del país (Santa Marta) hasta la capital (Bogotá). Este viaje normalmente dura aproximadamente 18 horitas, con mucho cariño.
Luego de las primeras 2 horas de viaje me desperté en un peaje, vi que las personas comenzaron a bajar. Ya estaba oscuro, y una voz me despabiló por completo: “El camino está cerrado, no saben si lo van a abrir de nuevo”. Bueno, en realidad el chofer no dijo eso -literalmente- pero queda bien algo así.
En la ruta la situación era esta: Estaban los Costa Line, la ambulancia, los del camión, los vendedores de tinto (si Ud. leyó alguna nota mía sabrá que significa), los atrevidos motociclistas, nosotros (Copetron I) y los llegados al último Copetron II.
La parada del peaje era nuestra frontera en llamas, nadie podía atreverse a cruzarla. Solo los valientes caballeros en sus eternas motos podían hacerlo. Traer noticias era lo primordial. Y nunca eran buenas.
Los rumores parecían extirpados de la boca de Jorge Rial y compañía, la ansiedad y la duda nos manejaba fácilmente.  Perder el avión de regreso a Argentina ya no importaba a esa altura. Los del tinto eran los que contaban con la información verdadera, sus pronósticos eran pan y circo. Los vendedores ambulantes manipulaban el mercado y los precios.
Hacer miga con los del camión me hizo entender más la realidad colombiana, pero perdí terreno con mi familia del Copetron I. Tenía que conocerlos y que ellos me conozcan a mí, eran mi familia después de todo.
Caí en el embrujo camionero y su charla. Adivinaron que era Comunicador Social (muy feliz) y casi decido cambiar mi rumbo. Fui fuerte y de pronto se hizo la luz: El camino despejado, pero no por mucho tiempo.
En la tranquilidad de la mañana, un pueblo llamado Honda sería nuestra segunda gran parada. Dentro de la familia, yo hacía el papel de hermano menor de Patricia. Compañera de espíritu viajero; papá de una niñita de nombre Linda y esposo de su madre. Pero éramos esposos cama separada. Ella estaba en un asiento de atrás y yo en uno de adelante. El chofer, el tío borracho.


En honda fueron 6 horas entre charlas, comidas familiares, juegos con mi niña y alguna que otra cervecita. Esperar y esperar hasta que el semáforo se puso en verde.
Bogotá: luego de 28 horas de viaje. A tiempo para tomar mí vuelo para llegar a destino ¿llegar a destino?

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