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sábado, 24 de septiembre de 2011

Del sulky a Ezeiza



En un armonioso paso por Baires tuve la responsabilidad de tener que cuidar a un cachorro tiernamente endemoniado, festejar el cumple de Juancho y continuar con meus olhos cautivados. Pero llegaba la hora de la verdad.

La hora de viajar en avión. Acostumbrado al colectivo número 118 en mi provincia, quien les narra tuvo el agrado de conocer el aeropuerto de Ezeiza.  Ya el nombre me hacía pensar que era un tanto grande. Con la experiencia (vergüenza) de casi perder el buquebus que me devolvía a mi país desde Uruguay, fui con varias horas de anticipación a tomar el bendito pájaro que me llevaría a la tierra del café.

“La puerta 16, cualquier duda podés fijarte en los monitores…” Aya.


Pasaporte y a la nave. El asiento no se hace para atrás. Más similar a aquél bondi que atraviesa toda mi provincia no podía ser. Sólo me faltaba las ventanillas bajadas y un poco de olor a desodorante que abandona.

Control remoto, auriculares y TV propia para poder elegir entre pelis, canciones y demás chucherías. Sin duda el último cd de Joaquín Sabina fue lo que mis oídos escucharon. Ahora si se parecía a un avión de esos de la tele.

Parada en Aeropuerto de Lima. Free-shop sin comprar nada y de vuelta a volar. Este nuevo pájaro era menos lujoso, pero más confortable. Sí, se podía hacer unos 20cm el asiento hacia atrás. Cervecita Peruana y a esperar que llegue al nido.


Control de aduana con algún traspié y mi querida amiga Ximena esperándome en la puerta del aeropuerto: Al fin en Bogotá.


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